Quién despertará aquí, ahora, ese beso somnoliente, ese sexo dormido. Puedo ser fuerte… si apresuras, engañosa… si determinas, egoísta… si sometes. Y maldecir al día, en la noche, y censurar la tarde en que yacía mi cuerpo adormecido entre sus brazos. Brazos de quién sabe bien qué hombre, tal vez honesto, supremacía endeble o agobiado, tal vez avaro o resplandeciente. Sólo un zumbido…
Bastaría una palabra sin sentido, o una tormenta calumniada, el sol que es fuego enceguecido… ¡qué sé yo qué bastara para que el silencio me hable! Y la primera noche de quietud se haga ruido, y se haga enferma. Enferma como las mentiras que construimos para engañarnos a conciencia y asentimiento.
Dejaré una vez más que las lágrimas se aproximen a nuestro estuario. Y llevaré allí los recuerdos que me dominan. Y dejaré tu perfume, tan cruel; tu piel mezquina; dejaré que haya nada entre nosotros, y que lastime; que no corran palabras, ni que suspires, en derredor confuso y obsoleto.
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