No quiero el dolor otra vez en mi cama, ni quiero la angustia de tenerte al desaparecer, como una estatua danzante que gime en el imaginario de un supuesto amor real.
No quiero las noches de cuna, en que tus heridas se me adentraban en el alma, y el sollozo era acunado hasta el amanecer, cuando tu mal sanaba, y mi mal comenzaba a gestarse sobre buenos cimientos. ¡Tantos sentimientos enunciados bajo un mismo cuerpo! Regalos de tristeza reinventados por doquier.
¿Entonces será la herida, o será la calma, la negligencia o la sobreprotección la que decida renunciar? Dejemos que el tiempo rememore ociosas tardes, que la distancia haya osado separar. Llámese como se quiera: el final del amor reposa sobre nuestras manos. Cenizas adiestradas para subsistir. Insensata nada se hace aire entre nosotros. Y vos, y yo, en ligera destrucción del puerto al que arribamos en esas noches de brujas en que la soledad se hace amor y el desamparo, muchedumbre.
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