Tus palabras gimoteaban en mi boca.
Espeso perfume de flores muertas,
que vivían a la luz de la sentencia inicua.
Tan pronto hería las llamas de tus falencias
tu voto legitimaba mi despotismo.
Mi lengua era sacrilegio entre tus dioses.
Preferías sinceridad y antipatía,
tus apetitos sistematizaban lo torpe de lo real.
Hombre escindido, dependiente y siervo.
No amo los lugares comunes de las pasiones
que estigmatizan mentiras para venerarlas,
pero no abrazan sino el ansia desmedida
porque el deseo se encuentra en una noche de verano
pero la soledad gobierna impunemente en una noche fría.
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