En nombre de una pasión estéril comenzaba a descubrir que había una angustia cuyas heridas no había podido superar. Las arrastraba en pena. Las erguía en mis hombros y algunas veces las veneraba. Pero esa esperanza muerta y resplandeciente me invitaba a someterme a la barbarie. Y era usted, el renacimiento de mi sonrisa. Y era mi ruina y mi mañana incongruente. Era el absurdo que un miedo arraigado se niega a aspirar. Pero era una realidad insostenible, pusilánime, que burlé y reí.
Quizá cierto miedo al pasado me conduce a hegemonizar mi soledad. Sucumbo en un imperio de cielos bajos y doctrinas que enmudecen, que mortifican. Personifico despotismo sobre ciudades endebles que intentaron restablecer mi soberanía. Usted era el sentido de las noches execrables y las mañanas en pena. Daba vueltas en mi cabeza y hacía brillar mis ojitos, esos ojitos que con el tiempo fueron perdiendo algarabía. Y sin embargo, no pudimos amalgamar los brazos en juegos ciegos insoslayables. Pero no lloro, no querrá usted que llore; sería empapar un río cuyo final no es su cause.
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