Diría, quizás, libertinaje y tiranía,
poder ruborizado que no sentencia,
que sutilmente convierte en vuelos amargos
la despreciable necesidad de tu presencia.
Y tiendo a lo natural. Y a lo esculpido.
Pero no quiero el brillo ni las sombras,
y no quiero el color de lo que nombras;
extravagante, hostil, empedernido.
Guío mis pasos a la distancia
donde hay quietud, y hay río, y alabanza
y pesa tanto el cielo como el nombre
de aquella estupidez, llamada hombre
que me conduce siempre a la sequía.
La soledad de hoy, y la de entonces,
la soledad de siempre; hegemonía.
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