miércoles, 14 de septiembre de 2011

A decir verdad, soy una amante muy exigente, por más que no siempre lo reconozca.
He sido la inocencia, la libertina, y luego la inocencia desesperada. Quizás deba dejar de leer a Hegel. Lo cierto es que tras haber pasado por el libertinaje, el regreso al amor inocente conlleva una cuota de desesperación, una cuota del no-perderlo-jamás. Y haber sido la más laxa de todas las mujeres, supone la posterior pretensión de exclusividad, de cuidado extremo. Eso que no supimos conseguir. Que nooooo suupiiiimoossssss connnnseeeeeguiiiiiiirrrrrr.
Otrora un espejo infinito, un vaso vacío, un profundo silencio. Al fin encontrarse ser-siendo-en-un-otro-que-yo, y lastimarse hasta la médula en nombre del monopolio usufructuado del amor. Yo anuncio, yo denuncio, yo renuncio... yo, muerte temprana.
Para que no se diga nunca que fui la espada y no la piedra, puedo seguir hablando de mí. Pero hablaré del-otro-que-yo. Una víctima victimizada victimiza las palabras suyas, las mías, las que no pertenecen al lenguaje. ¿Sinónimos de estación? Correcto: primavera. Érase la primavera de las flores disecadas y las mariposas en celo que morían al borde de su virginidad. El aire anunciaba la tragedia; las flores anunciaban la tragedia; las mariposas anunciaban la tragedia. Todo desencadenó en un sentido trágico de la exigencia exigente del haberme-cuidado-más. Una poderosa soberbia ponía fin a la noche del amor y daba comienzo al desamor de la noche.