Tan brusco escaso cielo que lastima.
Su nombre (que fue primavera) se ha convertido en tango.
No lloran ya mis azares temblantes.
Pero empobrece la presa que todos creen que dominan.
Acá, allá, el lucero empedernido
sucumbe bajo ingratas deficiencias.
No creo en sus malezas ni en su esencia.
Se muestra indiferente; no es un nido.
Y rugen los millares de advertencias.
Sentencia tanto el cielo como el hombre.
Y oscurece la mirada que aún no ha vivido,
negándole color a lo que asombre.
Ya no resuenan versos en sus oídos.
Clamor y piel, y fuego, y desengaño,
secuestran noches de saber lo que no ha sido.
Y es sapiencia no arrojarse nuevamente en el camino erróneo.
Y es templanza no entregarse siempre al mismo destino.