Tendría que explicar cómo fue que llegué al descanso eterno de un ataúd antes de los 40. Podría decir que fueron tus ojos, tu piel, tu ausencia. O un sinfín de casualidades, las que me llevaron a vos. Pero, ¿cómo explicar lo que es el recuerdo en una época en la que prevalece el olvido? No, eso no lo entenderían, ni siquiera vos, que también me olvidaste. Pero cuando el amor te golpea tan fuerte no es posible levantarse. Yo no me levanté. Yo me arrastré por los días, por las drogas, por el alcohol y por tu recuerdo, que negué tantos años, sabiendo aún que era la causa de haber detenido el mundo. Mi mundo. Nuestro mundo. Sin vos no había brújula que me salve. El sol no salió más.
Todo se moría lentamente, año tras año: mi voluntad, mi deseo, mi cerebro, yo. Janis tenía achaques de vieja, la gente que quería estaba profundizando su propio pozo y otros me soltaron la mano. Lo único que vivía inalterable y en colores era el recuerdo de esos dos años que nos amamos, nos odiamos, nos sangramos, nos tomamos y le arrebatamos sonrisas a la muerte o a la vida de tanto jugar a ser inmortal. Cada mirada, cada tarde en el parque, cada palabra eran magia. Y yo estaba tan fascinada que nunca quise saber cómo eran los trucos. Me regalé. Dejé de pertenecerme. Y cuando te hablaba de mí te hablaba de algo que ya era tuyo.
Muchas veces quise buscarte, quise saber de vos. Lo hice. Quizás no me esmeré, porque siempre tuve terror a que no existieras. Si la muerte te hubiera llevado junto a tu vieja, ¿qué hacía yo con la vida? Hubiera tenido que suicidarme y no (como hice) dejarme morir. Moría de a poco pensando en un posible nosotros que era lo único que me encerraba en mi prisión de carne y huesos. Esperaba que algún día volviera a escucharte diciendo “vení”.
Los años pasaban y pesaban. Te fuiste quedando lejos. Nuestro puente se rompió y yo me rompí con él. Y ya no sé si bebía para olvidarte o para recordarte más. Pero varias veces miraba el cielo y le pedía a Lidia que te soplara un viento que te trajera hacia mí. Supongo que ella también sabía que yo no era buena para vos. No era buena para mí. Amarte me quedó lejos y recordarte, tan cerca. Y aunque fuimos víctimas y victimarios los días borrosos de nuestro amor eran lo único que me hacía vivir.
Recuerdo esos partidos en que terminábamos haciendo el amor porque los de tu equipo eran unos muertos. Recuerdo cuando estabas desordenado. Recuerdo las risas, el día del café martínez, el juguito en el parque, los abrazos temblorosos. Recuerdo cuando decidiste venirte a vivir conmigo, que te sentaste arriba mío y me dijiste que te quedabas esa noche y todas las que yo quisiera. Ese fue, quizás, el día más feliz de mi vida.
Pero no fue el único. Estar con vos me dió la mayor felicidad y la peor tristeza. Los años más grises de mi vida, después de haberte perdido. No se puede ir más abajo, decía, y cada vez caía un poquitito más. No quise medicarme, no quise encontrar salidas. Eras vos, en este mundo, para mí. Si no estabas nada tenía sentido. Así que me arrastré hasta el abismo y un día.. me perdí. No sé bien cómo llegué a ocupar un ataúd antes de los 40, pero mi alma borracha de birra te espera en la eternidad para volver a fundirse con vos en un abrazo de para siempre.